EFE
De generación en generación a través de los siglos, el linaje cofrade de Valladolid tejido en torno a los gremios medievales ha trascendido más de cinco siglos con el reflejo de su Semana Santa como seña de identidad, un rasgo que ahora ha perpetuado en letra de bronce el escultor Óscar Alvariño.
Esa es la esencia del monumento al cofrade labrado por el artista madrileño y que ha instalado este jueves en la Plaza de Portugalete, delante de la iglesia de la Antigua, epicentro de la convulsión de fe, cultura y tradición que cada plenilunio de primavera envuelve a Valladolid con ocasión de su Semana Santa.
La escultura, encargada por el Ayuntamiento de Valladolid mediante concurso público convocado en 2018, es un bronce de un tamaño casi natural donde un cofrade adulto, revestido de túnica, cíngulo y capirote, enciende con su hacha de luz (velón) el que le ofrece una niña a cara descubierta en un día ventoso de primavera en Castilla.
"El eje sobre el que se vertebra la obra es la luz como nexo de unión entre cofrades y generaciones de vallisoletanos, la luz como uno de los elementos más intangibles pero a la vez uno de los más espirituales", ha declarado Alvariño (Madrid, 1962) a los periodistas reunidos durante el proceso de traslado e instalación.
El escultor, autor de seis medallones en la Plaza Mayor de Salamanca (Unamuno, Nebrija, alegoría de la I República, Juan de Borbón, Fernando VII y Alfonso XIII), ha elevado a categoría de símbolo y revestido de una gran carga poética un momento cotidiano, en apariencia menor y desapercibido por habitual, como es el encendido de un hachón.
Es una luz permanente que no se apaga pese al golpe de viento que ondula la capa del adulto y revuelve el cabello de la niña cofrade, un instante convertido en mensaje de perennidad e icono de una tradición que ha hecho de Valladolid uno de los centros neurálgicos de la Semana Santa en España.
"Es una estampa típica de los cortejos procesionales, la de los hermanos de luz que ayudan a mantener encendida la llama de una tradición que pasa de padres a hijas y de abuelas a nietos, de la historia hecha por generaciones", ha subrayado Alvariño, profesor de Escultura en la Facultad de Bellas Artes (Universidad Complutense).
La obra, instalada sin inauguración ni convocatoria, sin más testigos que un arquitecto municipal y los viandantes que a esa hora paseaban por la zona, ha sido recibido por la concejala de Cultura y Turismo, Ana Redondo, que ha acudido al lugar para proceder a un acto exclusivamente administrativo.
El monumento, un bronce fundido a la cera perdida a partir de un modelado previo en barro en Manzanares el Real (Madrid), en el estudio del escultor, atesora lo que de eterno tienen las cosas frente a la fugacidad, contra la pátina de olvido que con frecuencia rodean a las obras de arte.
Ese instante detenido es el que dota de inmanencia a una escultura, infunde vida y atrae a un visitante al que trata de igual a igual, sin peanas ni cercos, en un diálogo libre y fluido que es el que caracteriza la ingente obra urbana de este creador en piezas conocidas como Miguel de Cervantes (Toledo); Santa Teresa y Tomás Luis de Victoria (Ávila); y el Cardenal Mendoza (Guadalajara).
Más de una docena de procesiones confluyen en la Plaza de Portugalete cada Jueves Santo en Valladolid, la mitad de las veinte cofradías que agrupan a más de 20.000 hermanos, entre ellos Julián Díaz Bajo, miembro de la asociación Valladolid Cofrade y uno de los impulsores, desde hace más de cinco años, de este monumento. EFE