Por José María Pérez Concellón
Siempre he manifestado mi opinión contraria al hecho de que cada cofradía tenga asignado un año concreto para ser protagonista del cartel anunciador de la Semana Santa vallisoletana. Pienso que en cierto modo es ponerle puertas al campo, cerrando posibilidades a la mejor foto posible de cada año, y haciendo de este hecho que se creen unas expectativas en la cofradía de turno, que habitualmente espera una foto en la que se aprecie un buen primer plano, o al menos un buen plano de su imagen titular.
Mis temores este año eran aún mayores en éste sentido, siendo como es la imagen titular de la cofradía agraciada, un cristo de tan singular belleza como la acreditada por el Cristo de la Luz, obra cumbre del universal artista gallego. Y siempre pensé que éste año estábamos abocados a foto de cuerpo entero, busto o rostro de tan insigne crucificado.
A pesar de ello, nunca desistí de intentar encontrar algún ángulo imposible, algo nuevo, algo que la mayoría de la gente que frecuenta y presencia nuestras bellas procesiones no hubiese visto. En resumidas cuentas, hacer alguna foto que no hubiese sido hecha ya, y que pudiese aportar esa capacidad de sorpresa que yo entiendo debe tener un cartel que anuncia una celebración que se lleva realizando varios siglos. Reafirmando esta circunstancia, recuerdo una entrevista que me hicieron el pasado año en la que un periodista me preguntaba que si no me resultaba aburrido fotografiar la Semana Santa año tras año y que cuándo tenía pensado dejar de hacerlo, contestándole que lo haría en aquel momento en que no viese una docena de fotos diferentes a las que hubiese realizado en años precedentes. Con el paso de los años, bien es cierto que cada vez cuesta más ver algo diferente, nuevo, que no se haya hecho, pero no lo es menos que nuestra semana santa siempre nos ofrecerá alguna posibilidad, algo en lo que en años anteriores no hayamos caído en cuenta.
Y con esta premisa me dispuse a hacer las fotografías de la Hermandad Universitaria del Cristo de la Luz, con una ilusión y una responsabilidad añadida por el hecho de ser ésta la Hermandad a la que pertenezco desde el día de su refundación.
No acostumbro a pensar, a planificar las fotografías. Generalmente me dejo llevar y las hago de un modo instintivo, ya que soy bastante perezoso para prever situaciones. Tuve muy claro que debía buscar espacios distintos a los que había fotografiado otros años. De este modo, tiré fotos desde el coro de la Catedral, desde los balcones frente al Palacio de Santa Cruzo, y me presenté en la sede de la Hermandad casi una hora antes del inicio de la procesión. Tuve muy claro que no iba a hacer la salida de la procesión frente a la fachada de Santa Cruz, y ni tan siquiera en el zaguán, donde ya la había realizado en años precedentes. Entré en la capilla que durante el resto del año alberga a la talla, sin éxito alguno, y entonces opté por dirigirme al fondo del claustro para salir a la calle Padre Arregui e intentar hacer alguna foto lateral de la procesión desde esa misma calle. Pero antes de irme, dirigí la vista atrás, y fue en ese momento cuando ví la imagen que hoy ha quedado plasmada en el cartel. Los cofrades habían retirado ya las faldillas para poder plegar las patas de las andas, y en esos momentos comenzaban a abrirse las puertas que dan acceso a la Plaza de Santa Cruz, donde numeroso público, fotógrafos y cofrades esperaban, como cada año, la solemne y grandiosa salida en procesión del bellísimo Cristo de la Luz. En ese mismo instante me di cuenta de que allí se me ofrecía una posibilidad, con una excelente superposición de planos y mucha profundidad, con un punto de fuga extraordinario, pero eso sí, con muy poco tiempo para pensar ni para hacer excesivas mediciones de una luz que se presentaba ciertamente difícil. Creo recordar que tiré una serie de cinco o seis instantáneas, tras haber chistado a un compañero fotógrafo para que se escondiese un momento en el rincón de la derecha, intentando en todo momento captar y promediar las tres luces que confluían en el zaguán, de tal manera que el efecto lumínico fuese el deseado, jugando con un ligero contraluz que a su vez no impidiese perder detalle de todo lo que acontecía en ese preciso momento. Quería que la foto reflejase lo que yo estaba viendo, y tal y como lo estaba viendo. Realicé dos o tres mediciones puntuales para intentar encontrar el equilibrio justo, trabajando con la luz artificial procedente del foco, la luz que entraba de derecha a izquierda por detrás de mí y la luz que en ese preciso instante comenzaba a inundar la sala con muchísima violencia frente a la imagen del Cristo, sin perder a su vez el detalle de calidez aportado por los velones que ornamentan las andas.
Pretendía captar el ambiente creado por el entramado luminoso generado por los tres haces de luz concluyentes en la estancia, para así poder transmitir las sensaciones que sienten los portadores del Cristo en ese momento, intentando también plasmar de la manera más fidedigna posible toda la profundidad que ofrecía la escena, con hasta cinco planos superpuestos y la nota de color aportada por los cofrades, en un escenario casi monocromático. Finalmente la textura de la puerta y de la piedra del primer plano ayudaron a transmitir esa sensación de profundidad, cumpliendo la función de marco de la fotografía a la perfección, y como queriendo aislar un acto tan íntimo del resto del mundo; en el primer plano, del mundo interior, y en el plano del fondo, del mundo exterior, donde el público asistente espera con impaciencia la cita anual del Cristo con el pueblo en la Plaza de Santa Cruz. Congelar la intimidad y las sensaciones de un momento para poder después mostrar a la gente, en una sola imagen, un acto que por la pequeñez del espacio y por la esencia íntima propia del mismo, está secuestrado a las miradas de la gran mayoría.
La fotografía, que lleva por título “Los guardianes de la luz”, está realizada a las 11:30 de la mañana del Jueves Santo, día 20 de marzo de 2008, con una cámara marca Nikon, modelo D200, con un ISO de 360, montando en la cámara un objetivo zoom angular 12-24, marca Nikon. Programé la exposición con prioridad a la apertura de diafragma, situando ésta en un valor F/4 y con una velocidad de obturación (tiempo de exposición) de 1/15 de segundo, no siendo preciso compensar la exposición. Situé el objetivo en su mínima longitud focal, 12 mm, equivalentes en la cámara empleada, a los 18 mm. de una cámara analógica de 35 mm., dado que la D200 no es de formato completo. Para la realización de la toma no fue necesario el uso de flash, y dado que el soporte de trabajo era raw, situé el balance de blancos en modo automático, al ser posible modificarle posteriormente con el programa camera raw en el trabajo de edición.
La imagen está editada con camera raw y con adobe photoshop CS2. En camera raw procedí a modificar ligeramente el balance de blancos para eliminar una dominante excesivamente anaranjada, subí los contrastes y bajé levemente los brillos, aplicando también una mejora de la nitidez. El espacio de color utilizado fue Adobe RGB (1988). Una vez revelada la foto en tiff, y en 16 bits/canal, está modificada para la imprenta en Adobe Photoshop CS2, transformándola a espacio de color CMYK y manteniendo los 300 pixels por pulgada. En el inicio del zaguán hay dispuesta una pequeña rampa metálica recubierta de un material antideslizante de color negro, que hubo de ser eliminada en el trabajo de edición, dado que afeaba la escena y distraía en exceso la mirada hacia ese punto.
El diseño de los textos ha sido llevado a cabo, como en los dos años anteriores, por Ddc Comunicación, introduciendo como ya hiciera el año pasado, unas grafías diferentes. También en la línea seguida ya desde hace algunos años se ha obviado la cita a la declaración de interés turístico internacional que ostenta la Semana Santa vallisoletana, resaltando sobre cualquier otro aspecto el nombre de Valladolid.
Decía al principio que hice algunas fotos distintas a lo esperado. Pero también digo ahora que lo hice con muy poca fe en que pudiesen ser utilizadas como soporte del cartel. Y estoy convencido que esto hubiese sido así, como ha ocurrido en otros muchos años con otras cofradías, de no ser por la valentía de los representantes de la Hermandad del Cristo de la Luz en el momento de la elección. Se despojaron de prejuicios, y con las ideas muy claras, dijeron desde un primer momento que no estaban interesados en un plano del Cristo. Esta talla no precisa de publicidad alguna. Había sido ya cartel en dos ocasiones, habiendo tomado la imagen todo el protagonismo. No querían repetir ni caer en manidos tópicos a los que es tan proclive esta secular celebración, y dejaron muy claro que les gustaría que fuese utilizada una imagen que mostrase también a la Hermandad, al factor humano de la misma, a los cofrades, protagonistas también indiscutibles de este evento, eso sí, a ser posible con la aparición de algún edificio universitario, pero también eso sí, sin volver a caer en los tópicos.
Pues desde aquí mi agradecimiento y mi reconocimiento a la valentía de la Hermandad, representada en la persona de su Hermano Mayor, Carlos Alberola, y en la de los hermanos a los que les tocó dar la cara, Juan Carlos Azorín y Pepe García. Mis deseos de que el cartel guste y de que la elección de la foto sea un éxito están principalmente motivados por el hecho de que ello se produzca precisamente para satisfacción de la Hermandad Universitaria, y que de este modo se vean representados en la imagen que hoy aparece en el cartel.
SEGUNDO CARTEL
PRESENTACIÓN DEL CARTEL DE LA SEMANA SANTA DEL 2009 DE VALLADOLID.
Por DAVID FRONTELA (Director del diario"El Día de Valladolid")
Excelentisimo Alcalde,
Presidente de la Junta de Cofradías de Semana Santa de Valladolid,
Miembros de las Juntas Directivas de las diferentes cofradías de la ciudad
Representante arzobispal en la Semana Santa vallisoletana
Hermanos cofrades, amigos
Buenas tardes a todos y muchísimas gracias por su presencia en este acto que nos acerca un año más a la celebración de la Semana Santa vallisoletana. Gracias por su presencia y muchísimas gracias por haber depositado en un humilde gacetillero, como diría uno de los grandes de la Semana Santa, don Jesús Fonseca, decía gracias por haber depositado en un gacetillero como yo la confianza para glosar este cartel anunciador de nuestra Semana de Pasión.
Nos acercamos, nos acercamos inexorablemente a la celebración, al rito que para todos y cada uno de nosotros supone esa penitencia, ese dolor y esa alegría que encierra y nunca mejor en otro lugar que en las calles de Valladolid la nueva, la noticia si me lo permiten de la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo.
Propios y extraños participan de esta liturgia, de este sentimiento profundo, como de una pedrada bien dada, que cofrades e imaginería en una simbiosis inimitable consiguen recordar año tras año a la sociedad. Gregorio Fernández, cofradías centenarias y hermanos con sus hábitos recrean estos días de forma magistralmente orquestada a la protagonista, a la gran protagonista; la redención.
Ese sentimiento por todos compartido –incluso por aquellos que recelan, critican y atacan, si también por ellos- elige año tras año una imagen, un representante, un icono en forma de cartel –este que hoy desvelamos- para recordarnos que la hora se acerca y que nadie, nadie es ajeno a ella. Para esto contamos con el magistral hacer de quien desde la técnica pero, sobre todo, desde la pasión lleva décadas mirando, observando, deleitándose con pasos de riqueza incalculable, de cofrades alineados, impasibles ante el frío, la lluvia y la intemperie, de miradas profundas, recias, castellanas. Esa mirada tras el objetivo les decía conoce de los requerimientos de la técnica y de los vericuetos de la fotografía pero sobre todo sabe de cómo desnudar, cómo elevar a arte el dignísimo oficio de la fotografía para que todos disfrutemos y grabemos en nuestras memorias imágenes que nos van a deleitar las retinas, nos van a sobrecoger la razón pero, sobre todo, nos van conmover hasta el extremo de hacernos recordar qué hacemos y qué rememoramos esa Semana de Pasión en las calles y plazas de la ciudad. Gracias, por tanto, a José María Concellón, autor de la magnífica fotografía que hoy protagoniza este cartel y amigo, sobre todo amigo.
Son decenas, miles diría yo, los momentos capaces de tatuar una retina en la Semana Santa Vallisoletana. El que hoy tenemos ante nosotros es uno de ellos y lo es, no lo olviden, porque es un gesto, un icono, un resumen, es esencia en medida tan grande como la más lograda de las tallas –que por cierto lo es- que recorren nuestras ciudades pero también es tanto como la mente orante, penitente de quienes bajo el capirote miran a este mundo con su alma más allá del pavimento, de las velas y de los hábitos para incrustarse indefectiblemente en ese espacio al que les elevan sus llagas y las de los pasos, sus tormentos y los de los sayones, la luz de sus ojos y la luz del Cristo, el Cristo de la luz que les lleva a la resurrección recorriendo calles y empedrados de este mundo. Ese Cristo de la luz que un genial Gregorio Fernández talló allá por el siglo XVII y que una cofradía, la de la Hermandad Universitaria del Santo Cristo de la Luz, procesiona con tanto respeto, cariño y por qué no decirlo, con el orgullo de quien se sabe portador de una joya, de la joya, de la perla de Gregorio Fernández. Decir que su naturalismo es sorprendente me van a permitir les diga que se queda corto, muy corto, sobre todo, si como en la imagen que hoy contemplamos lo hace rodeada de cofrades, de sus cofrades.
Hermandad Universitaria del Santo Cristo de la Luz. Ahí es nada. Probablemente por mi labor como docente en esa otra joya de la ciudad de Valladolid que es su Universidad, los afectos a esta cofradía también me dan de lleno, otra vez como esa pedrada bien dada que antes les decía. Es cierto que hace ya tiempo que la condición de universitario dejó de ser límite para pertenecer a esta hermandad pero no puedo dejar de pensar en esos cofrades que hoy vemos de espalda, tras su Cristo. Acercando, llevando su luz, desde el zaguán de Santa Cruz a un espacio que como ven está repleto de otra luz, la del día como si de un juego se tratara.
Les digo que esta imagen, esta fotografía, lo aúna todo, lo representa todo, en definitiva lo es todo. Cofrades anónimos con la responsabilidad de cargar sobre sus espaldas con uno de los tesoros más grandes de la imaginería, un Cristo capaz de conmover corazones por su crudeza, su realismo, su mensaje y una luz que se enfrenta a la que emana de la imagen y que procede de la calle, del mundo.
Esa luz, esas dos luces; la del Cristo que sale y la del mundo que entra son hoy más que nunca la representación en nuestro cartel de la Semana Santa de Valladolid y de lo que acontece en nuestro quehacer diario.
Decía San Juan: “En Él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres: y esta luz resplandece en medio de las tinieblas, y las tinieblas no la han recibido. Hubo un hombre enviado de Dios, que se llamaba Juan. Éste vino como testigo, para dar testimonio de la luz, a fin de que por medio de él todos creyesen: no era él la luz, sino enviado para dar testimonio de aquel que era la luz. El Verbo era la luz verdadera, que alumbraba a todo hombre que viene a este mundo. En el mundo estaba y el mundo fue por Él hecho, y con todo, el mundo no le conoció.”
San Juan, nada más y nada menos, y un Cristo, el Cristo de la Luz. Y un Evangelio que nos dice que pese a ser Él la luz verdadera el mundo no le conoció. Hoy, día, semana o año de crisis, ¡¡¡vaya usted a saber!!! no dejan, sin embargo, de lucir los neones, las bombillas multicolores, los artificios que en definitiva creamos para intentar apagar esa luz, la luz verdadera. Fama, focos, iluminación que nos sirven para encontrar en la autocomplacencia un terreno en el que abonar soberbias, famas y famoseos caducos, volátiles, en definitiva, intrascendentes. Artificios capaces de hacer preferible una estrella fugaz a la estrella permanente, clave, origen y final del Universo.
Gregorio Fernández, maestro de la gubia, pudo hace cuatro siglos haber elegido dedicarse a dar forma a arados, zoquetas, carros o celemines todos ellos a buen seguro objetos más útiles en aquel momento y probablemente, por qué no, también lucrativos, pero no, eligió y eligió tallar, tallar la luz. Hoy los carteles anunciadores, la fibra de carbono, el celuloide o el sacro santo Internet han ocupado el lugar de aquellas cosas tan útiles en el siglo XVII pero igual que hicieron los maestros imagineros hoy hay que elegir en qué invertir nuestros anhelos. Hay que discernir, adecuándose a los tiempos, donde está nuestra labor. La religiosidad propia del momento en el que se tallaron este Cristo de la Luz y otras tantas de las obras de arte que recorrieron las calles del Valladolid de antaño sigue estando vigente en nuestras procesiones, en nuestros cofrades, en nuestra sociedad, si, si en nuestra sociedad, porque aunque muchos se empeñen somos lo que somos y eso no entiende de modas, ni de pasarelas, ni de programas del corazón.
No me resisto a recordar las palabras de San Agustín cuando en el libro XIII de las Confesiones afirma: “A tus ojos no es justo que un ser mudable, iluminado por la luz inmutable, conozca esa luz como la luz se conoce a si misma. Por eso mi alma es como una tierra que tiene sed de ti. Porque así como no puede iluminarse a si misma, tampoco puede saciarse de si misma. Y así como en ti está la fuente de la vida, así en tu luz veremos la luz”.
Gregorio Fernández nos aportó la luz de su talla, de su imagen y esos cofrades, con su fe, portando las andas son los que hacen que año tras año todos seamos capaces de ver, de sentir la luz verdadera, sin caer en el deslumbramiento propio y humano de lo temporal. Ese es el riesgo o el reto –yo al menos prefiero verlo así- de lo cotidiano, de lo normal, pero cuidado, la luz verdadera –la que en nuestra imagen sale de Santa Cruz para recorrer calles y plazas y dar el sentido verdadero a la claridad del día puede convertirse en la peor de los engaños. El beneficio que existe, cómo no va a existir, se basa en que la nueva, la noticia si me vuelven a permitir, llegue a quienes cargan los pasos e inunde a quienes desde las aceras esperan su paso y no al contrario intentando invadir con lo superfluo y lo fugaz lo que es inmutable.
Termino y lo hago viendo y mirando este cartel de la Semana Santa de Valladolid 2009. Viendo y mirando, pensando e intentado pronunciar aquello que me suscita. Aquello que me evoca se asienta precisamente en su perduralibilidad, en la universalidad de su mensaje, en su actualidad antes, ahora y siempre como apuntaba San Anselmo en su Proslogiom:
“Permíteme ver tu luz desde lejos o desde lo profundo. Enséñame a buscarte, y muéstrate al que te busca, porque no puedo buscarte si no me enseñas, ni encontrarte si no te muestras. Te buscaré deseándote, te desearé buscándote, te encontraré amándote, te amaré encontrándote….
GRACIAS